miércoles, 22 de junio de 2016

A Neruda he venido a hablarle de Primavera.

Yo le escribí ‘Primavera’ a alguien que nunca me trajo flores, un día me dio unas hojas y me dijo que así era mejor. Menos mal que nunca me dio semillas porque jamás hubiésemos conseguido hacer crecer nada juntos, y qué culpa tienen las flores.

Lo llamé primavera porque consiguió que hiciese calor un invierno en el que pasé mucho frío, el problema es que si seguimos con la metáfora  llegará un punto en el que diré que él no había florecido, y no era mi intención llamarlo capullo.

Él era un niño inseguro y azul lleno de dudas, y yo quería amarlo porque creía tener la certeza de que algún día sería la suya, de que algún día vendría a tiempo y me diría que sabía que yo, que no tenía ni idea del resto, pero a mí me veía clara.

Así que me colgué de su espalda y tuvimos una casa a la que nunca pudimos llamar ‘hogar’, nos pasamos tardes enteras en el parque jugando a que nos queríamos e hice de su barba mi lugar favorito.

Un día el mar nos vio querernos y no dejé de ser una niña para hacerme mayor.

Un día no lo había visto desde aquel banco y le dije que ya no quería verlo más.


Vinieron después muchos días en los que deseé volver, vinieron incluso más en los que me alegré de no haberlo hecho.

No hay comentarios:

Publicar un comentario