No sé qué podría hacer si soy una máquina de pensar en lo que siento.
No voy a decir que lo siento por pensar lo que pienso. Siento todo lo que
pienso, pero no así.
Soy una oda a la melancolía. Escribo a un ritmo que no soy capaz de seguir,
me da miedo volver a perderme.
Escribo lo que podría sentir por personas a las que no siento, me niego a
sentirte, tampoco sabría cómo hacerlo.
El otro día, un desconocido me pidió fidelidad y entendí que hay cosas que
hay que dar sin que las pidan, y yo no quería darle nada. Llevábamos algunas
horas hablando cuando pensó que ya tenía
algún derecho y como no me conocía, no sabía lo mucho que odio que me impongan
deberes.
Últimamente escribo más de la cuenta, tengo muchas cosas que hacer y no
quiero que nadie me hable de despedidas.
Querría decirte adiós en todos los idiomas. Querría que no vinieras a
despedirte, ya nos hemos hecho más que suficiente daño. Creo
que hay cosas que no podríamos perdonarnos.
He vuelto a besar callejones sin salida, me gusta que todos los caminos me
lleven a mí, y es que, cielo, no hay ninguna posibilidad de que volvamos a casa
en tu coche.
Sé que volveré pero no quiero irme, incluso todo este calor merece la pena
por estar con personas que nunca dejan que sientas frío.
Este año he descubierto (me han enseñado) que alguien que te quiere siempre
te dice cosas que no quieres escuchar simplemente porque deberías saberlas, que
aguanta tu mala cara y tus contestaciones entonces pero sigue diciendo lo que
dice porque lo piensa, y a ti te siente.
No sabría cómo agradecerles la cantidad de veces que me han abierto los
ojos.
Este año he llegado a la conclusión de que el amor es egoísta, y lo
descubrí con la amistad.
Este año he escrito sobre saludos y despedidas.
He escrito sobre amor, vicio y literatura.
Este año me he escrito mucho. No quiero dejar de conocerme.
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